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MERLÍN es E. Martínez
(Vidente e investigador.) Dcdo. y profesor universitario. Escritor y columnista.
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01 junio 2012

Luchando con el calamar gigante

Desde que los primeros marineros comenzaron a regresar de sus viajes con historias acerca de criaturas malévolas que habitaban las profundidades del océano, los monstruos marinos han inquietado la mente humana. Y hay una criatura en particular que parece encarnar todos los terrores del mundo submarino: el calamar gigante.
El gran cuerpo cilíndrico y los enormes ojos de esta criatura misteriosa, así como sus brazos serpenteantes y sus tentáculos de largo alcance han sido a menudo descritos en el arte y la literatura. La cerámica de la antigua Grecia representa a calamares gigantes atacando barcos de pesca; las tallas de madera japonesas muestran a esta terrible fiera luchando con ballenas. En Noruega, el monstruo llamado Kraken parecía combinar las características del calamar gigante con las del pulpo.
Incluso aunque las apariciones eran frecuentes, y los testimonios relativamente similares, el calamar gigante siguió siendo considerado un monstruo mítico hasta la década de 1870. Fue entonces cuando, por razones que los científicos fueron incapaces de explicar, nada menos que una docena de criaturas con tentáculos fueron vistas en Terranova. La mayoría se encontraron en orillas, y muy pocas llegaron a ser examinadas por expertos. Sin embargo un encuentro por azar en 1873 proporcionó a los pescadores y a la comunidad científica la prueba de lo que cientos de navegantes habían sabido durante generaciones: que el calamar gigante no sólo existía, sino que además podía suponer una amenaza mortal. La angustiosa historia de aquellos pescadores y su dura batalla con el monstruo marino se relata a continuación:
Fue justo antes del amanecer del 26 de octubre de 1873. El aire era frío y húmedo, y el puerto de St. John's, en el extremo suroriental de la isla de Terranova, estaba cubierto por una espesa niebla. Dos pescadores veteranos, Daniel Squires y Theophilus Piccot, enfundados en gruesos jerséis de lana y trajes impermeables se dirigían a pescar sardinas en una cala cercana. El hijo de doce años de edad de Piccot, Tom, ansioso por aprender el oficio de su padre, se unió a ellos en el muelle.
Luchando con el calamar giganteEl trío zarpó en un pequeño bote de fondo plano y unos seis metros de eslora, y se dirigió remando hasta un lugar situado a poca distancia de la bahía de Concepción, donde habían de colocar las redes. Los pescadores pronto vieron lo que consideraron una maraña de algas. Pero al acercarse descubrieron que aquella enorme masa sin forma no era ni mucho menos lo que parecía. La superficie de aquello era lisa, y de un color rojo violáceo. Aunque los pescadores consideraron la posibilidad de que se tratara del cuerpo de alguna criatura marina, ninguno pensó que pudieran encontrarse frente a un calamar gigante.
Uno de los hombres tocó el extraño montículo con un remo. De repente, aquella masa pareció entrar en erupción, agitando fuera del agua una formación circular de ocho brazos largos y gruesos, cubiertos de ventosas. En el centro de los mismos había un largo pico semejante al de un loro, y dos ojos del tamaño de platos. Un par de tentáculos de forma serpenteante, de dos veces la longitud de las patas del calamar, se dirigieron a toda velocidad hacia le bote. En cuestión de segundos, el calamar gigante había asido a su presa con uno de sus tentáculos, y parecía disponerse a metérsela en la boca.
Rodeándolo firmemente con una de sus sinuosas patas, el calamar gigante comenzó a arrastrar la pequeña embarcación mar adentro. Mientras el agua inundaba el bote, los desesperados pescadores golpeaban al monstruo con sus remos y trataban de achicar agua con un cubo. Entonces el joven Tom Piccot agarró un hacha y, golpeando furiosamente, se las arregló para separar el tentáculo del animal del resto de su cuerpo; hecho esto, el monstruo se alejó rápidamente, dejando tras de sí grandes nubes de tinta.
Los pescadores se apresuraron a remar hasta la orilla, con el brazo amputado del calamar aún colgando del bote. Una vez a salvo en el puerto, el trío mostró la prueba irrefutable de su encuentro. El tentáculo, que era evidentemente sólo una porción de su tamaño real, medía casi seis metros. Por desgracia fue devorado por unos perros hambrientos antes de que pudiera ser examinado.