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MERLÍN es E. Martínez
(Vidente e investigador.) Dcdo. y profesor universitario. Escritor y columnista.
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02 noviembre 2006

Vuelve la misa en latín

Todas las religiones a la hora de realizar sus ritos han procurado a lo largo de la historia darles una pátina donde se han mezclado el espectáculo con el secretismo. Ha sido una manera de mantener la atención de los fieles al tiempo que se les hacía saber que estaban lejos de los centros de poder. Al fin y al cabo el tener fe en un Dios que no es visible hace aumentar la confianza del pueblo en los sacerdotes, estos tan humanos como los fieles, mediadores entre ellos y la divinidad. A cualquiera que no sea creyente todas las manifestaciones externas de cualquier religión le parecerán extrañas, extravagantes y, a veces, fuera de lugar. Pero para los creyentes de cualquier Dios estos son los signos que les diferencian de los demás y que les acercan a su fe. Desde los judíos ortodoxos con sus sombreros negros y sus trenzas dándose cabezazos contra el “Muro de las Lamentaciones” hasta los cristianos que se dedican a darse golpes de pecho o a pasear en multitud las imágenes de su fe, pasando por los islamistas y sus rezos inclinados hacia la Meca o los budistas y sus adormecedores “mantras” todos tienen unos signos externos que, aunque muchas veces no comprendan, les acercan a sus creencias.
El ritual de la misa mayor tenía, sobre todo hace tiempo, algo de espectáculo: casullas bordadas, monaguillos vestidos con hábitos rojos y sobre ellos la sobrepelliz blanca, el toque de las campanillas en determinados momentos, el mareante aroma a incienso y los cánticos en latín encerraban algo esotérico. Luego con el paso del tiempo se fueron perdiendo muchos de estos aspectos mientras el sacerdote daba la cara a los feligreses y abandonaba el viejo latín. Aquella forma de decir la misa tenía muchos años. Fue instituida por San Pío V después del Concilio de Trento (1545-1563) y de ahí su nombre de “tridentina”. Este Papa recopiló toda la legislación canónica existente sobre la misa y estableció la bula “Quo Primum Tempore” para que a lo largo de los tiempos no pudiera ser modificada esta manera de decir la misa en latín y de espaldas al pueblo. Era una manera de igualar el idioma de la misa en todo el orbe cristiano pero dejando a los feligreses aparte ya que la mayoría de ellos desconocía esta lengua. En Noviembre de 1960 y a raíz del Concilio Vaticano II el papa Pablo VI estableció el “Novus Ordo Missae” y a partir de entonces las misas fueron dichas con el oficiante de cara a los feligreses y en la lengua del país donde se celebraban. Esto no gustó a una parte de los fieles, que incluso acusaron a Pablo VI de haber hecho un pacto con los protestantes, e incluso un Obispo, Monseñor Lefèbvre, se separó de las ordenes del Vaticano por discrepar en este tema. Y en algunos lugares los sacerdotes más tradicionales siguieron celebrando misas en latín y con toda la antigua parafernalia. En España, por ejemplo, en estos momentos se celebran misas en latín en Madrid, Barcelona, Toledo y Pamplona con el visto bueno de los ordinarios del lugar. Ahora, Benedicto XVI, que de cardenal ya dijo alguna que otra misa en latín, está estudiando dictar un “motu proprio” (disposición de su exclusiva responsabilidad) para que las misas en latín vuelvan a las celebraciones. Así mata dos pajaros de un tiro. Vuelve la antigua espectacularidad a las celebraciones católicas y vuelven al redil los hermanos que en su día se apartaron de la buena senda. No son tiempos para ir "perdiendo clientela". Así que si Dios no lo remedia volveremos al viejo “Ite missa est”. Bienvenido sea.